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¿Unidad nacional?
13 de junio de 2011

¿Unidad nacional?

La Unidad Nacional es uno de los conceptos más recurrentes y manoseados de la política. Hoy vemos al Presidente de la Nación y a varios de sus ministros, realizar un llamado desesperado para construir dicha unidad, como respuesta a la brusca caída en las encuestas.


Ahora bien, nadie puede estar en contra de un ideal tan elevado como el de la Unidad Nacional, pero para que se convierta en realidad, el gobierno debe definir, de cara al pueblo soberano, las premisas en las que se basa este llamado, para aclarar si es sincero o solo un canto de sirenas para sortear el difícil momento por el que atraviesan.


Ahora bien, resulta casi obvio que para que pueda existir Unidad Nacional son prerrequisitos, el respeto a la diversidad y el apego de fondo al concepto de democracia, lo que implica asumir con humildad las posiciones mayoritarias de la sociedad y actuar en consecuencia; teniendo, al mismo tiempo, respeto con aquellas posiciones minoritarias que, si no dañan a otros, deben poder expresarse libremente y ser reconocidas, por todos y todas, como parte de esa quimera de la que mucho se habla, pero para la que poco se hace.


En este contexto, parece ser casi imposible alcanzar la Unidad Nacional sin abordar de manera seria y responsable un tema pendiente en nuestro país. Me refiero a la arquitectura institucional que rige la interacción entre los distintos componentes de nuestra sociedad. No podemos olvidar que la misma, fue diseñada por una minoría, plenamente consciente de su peso específico al interior del cuerpo social, con el único objetivo de asegurar que, incluso cuando gobernara la mayoría, no pudiera salirse del camino trazado por los primeros.


En este sentido, no se puede negar la suspicacia que este llamado genera cuando, desde sectores del gobierno, se insiste en mantener un sistema político diseñado expresamente para violentar, precisamente, las posiciones mayoritarias, hasta el punto de conculcar el derecho a la autodeterminación del pueblo chileno, sometiéndolo a los dictados de una minoría que le tiene pánico y aversión a la democracia.


De la misma manera, llama la atención que este llamado se realice mientras se insiste en criminalizar o estigmatizar como anormal, a partes de nuestro cuerpo social que no comparten los valores ni la cosmovisión de esta minoría fundamentalista y totalitaria, como es el caso de los mapuche, de la diversidad sexual y de tantos otros que, mediante leyes discriminatorias, son obligados y obligadas a vivir según cosmovisiones y valores que no le son propios y son tratados como una deformación indeseada del cuerpo social.


Lo mismo pasa con las y los estudiantes secundarios y universitarios, quienes son tratados como delincuentes, a pesar de llevar treinta años enarbolando el rechazo mayoritario de la sociedad chilena a las políticas educacionales de la dictadura primero, de la Concertación después y de la derecha ahora, que insiste en continuar con la política de dejar morir mediante la falta de recursos, la desinversión y el abandono, lo poco que queda del sistema público de educación.


En este contexto, llamar a la unidad nacional, cuando una minoría poderosa pretende llevar al país por caminos que la mayoría rechaza, escudándose siempre en “la arquitectura institucional que nos hemos dado” que fue impuesta a sangre y a fuego, no parece consistente y acrecienta la distancia entre el discurso y la praxis que ha caracterizado la gestión gubernamental.


No debe sorprendernos, entonces, si los actuales llamados a la unidad nacional fracasan nuevamente y de manera estrepitosa. Sobre todo, si cada día más actores llegan a la conclusión de que los llamado a la unidad, al diálogo y al respeto a la autoridad, solo buscan ganar tiempo para seguir imponiendo -por la vía de los hechos y en nombre de una institucionalidad que carece de legitimidad- las posiciones sobre ideologizadas de una minoría de derecha, extremadamente conservadora, fundamentalista, neoliberal y que se siente todopoderosa y eterna.


 

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